martes, 20 de octubre de 2009

Ledezma y sus encuestas

Antonio Ledezma, Alcalde Metropolitano, ha entrado en pánico.  Está revisando los reportes de las encuestadoras y no lo puede creer:  el israelí-venezolano, Enrique Capriles Radonski, gobernador del Estado Miranda, “emerge” como el candidato de mayor realce para enfrentar a Chávez en un careo electoral.

─¡Es insólito! ─exclama, pasándose la mano por la calva y uniformando su graso brillo hacia el centro de la cabeza─.  ¡Este mundo no tiene arreglo, de tan ingrato que es!

Se dirige hacia la ventana y empieza a mirar la gente que camina en la plaza y las verdes colinas de la ciudad.  Es un día caluroso allá afuera, hasta rabioso, en nada parecido al frío ambiente de su oficina, que le hiela los huesos.  Regresa nuevamente al centro de la estancia, abrazándose a sí mismo, pero se va de nuevo hasta la ventana… y mira…, y mira…  Está furioso.

─¡No jodan:  no soy alcalde desde ahora, sino de siempre!  Yo les arregle la ciudad a todos y goberné para los hijos de sus madres que ahora me pagan prefiriendo para candidato presidencial a tan idiota criatura, que ni siquiera es venezolana!  ¡Porque eso sí, soy venezolano únicamente, sin dobleces de ningún tipo, y si él es “Capriles”, yo también soy uno!  ¡A mi no, carajo!

Nuevamente se sienta, haciendo el mohín de alguien que se sabe importante, arreglándose la corbata, con el sumo cuidado de quien se consiente, de quien mide hasta el tiempo que tarda cada uno de sus movimientos.  Acerca el vaso con agua que tiene al frente, moja sus labios y respira hondo…, pero no lo soporta, no se puede contener, no le cabe en la cabeza el cuento ése de los tibetanos que se la pasan relajados así revienten con toda la presión del tan cruel mundo.  Va otra vez hasta la ventana.

─¿Es arrecho, no?  Grandes han sido mis luchas…  Limpié las universidades ─con la Policía Metropolitana de antes─ de tanto podrido comunista que amenazaba la democracia…, aunque no me di a basto para todos y algunos se salvaron… (los que hoy están en el gobierno).   Puse mi grano de arena para tumbar al tirano en el 2.002…  Vencí limpiamente a mi enemigo “socialista” para el cargo que hoy ocupo.  Hice huelga de hambre…  Viajé…, acabo de viajar por el mundo, buscando ayuda para Venezuela…  ¡Y ahora esto!  ¡No me jodan, pedazos de basura política!  ¡Yo sé que se trata del maldito dinero; eso es!  ¡El sionista y sucio dinero!

Al regresar, pega un golpe sobre la mesa de fina madera, tumbando el vaso, el cual se derrama y empieza a humedecer el periódico, la nota de prensa que leía.

Ledezma se inclina, mirando el fenómeno con una repentina y rara fruición:  la mancha se extiende lentamente, apoderándose del papel periódico, oscureciendo como una noche gris aquel mundo de numerosas letrillas.  Nota embobado cómo la humedad se come la noticia que le atribuye un 68,4% de aprobación al gobernador “enemigo” (aunque del mismo bando) y se apresura a salvar la página cuando el agua se acerca a unas notorias siglas que rezan “IVAD”.  Toma el ejemplar por un ángulo y lo levanta frente a sus ojos, que miran fijamente.

─¡Eso es! ─se golpea la calva sonoramente─.  ¡IVAD, IVAD!  ¡Eso es!  ¡Es una empresa gobiernera!  ¿Quien le cree?  ¿Por qué le creí yo, caramba?  ¿Por qué preocuparse?  “Instituto Venezolano ─deletrea─ de Análisis de Datos”.   ¡Ja, ja, ja!  ¿Cómo voy a estar yo por debajo en las encuestas!  ¡Qué bobo he sido!

El alcalde sonríe nuevamente, como cuando estaba en la fría Europa y sentía los rayos del sol sobre su cabeza, tan dulcemente cálidos.  Se levanta con decisión, yergue el pecho, se anuda la corbata y se dirige al espejo de la esquina.  Su rostro irradia luz, pareciendo literalmente un sol con unos cuantos rayitos de pelos.  Se dirige al escritorio por enésima vez y telefonea a su asistente, a quien le espeta:

─Comuníqueme urgentemente con las encuestadoras Hinterlace y Keller y Asociados.

Después se queda en el silencio de su despacho, mirando el suelo, dueño de una sonrisa congelada.  Tan absorto está que no nota sus gafas desencajadas.

”Estas sí que son encuestadoras nuestras, verídicas y patriotas ─piensa Ledezma─.  ¡Ya verán esos ricachones hijos de puta, recontra malagradecidos!  Las contrataré y volveré a los primeros lugares, que es adonde pertenezco”

miércoles, 12 de agosto de 2009

Ese día en Las Mercedes había frío.  Era viernes, y el embotamiento matutino ya prometía un contraste severo con lo que sería la tarde caraqueña, y aun más la noche, dada al relajo y la celebración del término de la semana laboral de muchos.

Pero el Alcalde Metropolitano no estaba para parrandas durante esos días, cuando la comunidad internacional (hasta ahora el único argumento poderoso en la lucha contra Chávez) se había volcado  con todos sus medios de comunicación hacia Honduras, donde ─en su criterio─ se había dado un “vacío de poder” disfrazado de golpe de Estado.

Ni siquiera porque era viernes, día de fiesta semanal, él declinaba en su afán de luchar por la libertad de Venezuela.  En otros momentos, cuando la brega le daba un respiro, se iba a la isla de Margarita, donde gobierna un viejo amigo de partido, a solear un poco su espalda blanquecina y a liquidar otro tanto el estrés de trabajo tan heroico.  Pero en esos días que el país casi había sido sometido al anonimato comunicacional, no podía darse el descuido que el mundo se figurase a una Venezuela sin cabeza opositora.

“─De ningún modo, nada de eso ─se decía con toda seriedad, no pudiendo luego contener una sonrisilla al imaginarse la planicie de su calva cabeza-:  para cabeza brillante, la mía”.

Vería a los borrachos y a la gente feliz desde su colchoneta extendida sobre el suelo, pero de que haría una huelga de hambre por una patria libre en Venezuela no tenía la menor duda.  Se lo había dicho el gordo Alcalay, ese viejo amigo embajador de la Cuarta República, conocedor del coeficiente intelectual internacional:

─Ledezma, la vaina está jodida.  El hombre está empepado con Honduras, y esa vaina nos afecta a todos: a tí, a mí, a tu imagen de futuro presidente de Venezuela.  La oposición está muerta, como si no existiéramos.  El hijo de puta de Zelaya nos liquida y se traga todo como un agujero negro, y es una verdad de aquí a Cuba que quien determina en gran medida la atención de los medios es Hugo Chávez ─¡hombre, no nos mintamos!─, y caso es que el hombre lo que hace es mandar y mandar los ojos para Honduras.

─Gran verdad ─había empezado a reconocer Ledezma, pero el ex embajador del pasado no lo dejó terminar─:

─Hay que llamar la atención nuevamente, Toño,  a cualquier precio.  Buscarle pendencias con la oposición, sacarle la madre nuevamente, si es posible, como hizo aquel masista estupendo…  ¡Cualquier cosa que haga que nos mire, que vuelva la atención a nosotros, que vuelva a la patria, como decía aquel viejo poeta de Catia, allá en Pérez Bonalde.  Esa huelga que a tí se te ocurrió, ya la tenía yo en mente desde que explotó el vacío de poder en Honduras.  Y me dije “Verga, nos jodimos, la oposición venezolana tendrá un receso”.  Pero, Antonio, aquí estamos para echar mentes juntos: haz tú tu huelga frente a la OEA ─es una idea genial para llamar la atención─, mientras seguimos pariendo ideas para hacerte una imagen de presidente para el 2.012.  ¡Mejoran las cosas! Y acuérdate que tiene que ser indefinida, Ledezma, huelga indefinida, o al menos así anunciada, si es posible agregándole “hasta que se vaya el tirano”.

Ledezma no pudo evitar sonreír nuevamente al ver la exaltación de su amigo, aquel funcionario que había vivido la mayor parte de su vida fuera del país, actual Coordinador de Asuntos Internacionales de la Alcaldía Mayor:  al menos tenía otra opción entre manos, muy distinta al fiasco de pasar el día encerrado en su gabinete de burgomaestre sin hacer nada, mirando moscas y ventanas, recibiendo a chusmas que ningún crédito político le retribuían.  Lo suyo era la política de alto nivel, la publicidad, los medios de comunicación (actualmente secuestrado por el tirano en Honduras), su imagen de futuro candidato y presidente de Venezuela.  Nada le importaba que un señor mayor de la izquierda (José Vicente Rangel) insinuara por ahí que él era "capaz de dejar que lo fusilen si cuenta con un buen número de espectadores".  Había que llamar la atención. Haría su huelga de hambre. La política es la política, y resalta y va de candidato para algo quien llama la atención.  Y ese era él, el hombre estrella opositor.

─Y luego te vas a Washington ─proseguió el gordo ex  embajador─, donde tengo muchos amigos, para que completes el tortazo de un escándalo internacional.  Y mientras Chávez se vuelve a meter con la oposición, y los medios regresan, nosotros ciertamente ya estaremos en los EEUU, la patria grande, orquestando un ataque final sobre ese rolitranco de pendejo.  Míralo así:  gobernadores y alcaldes de la oposición que no gobiernan, porque no nos dejan; Chávez invadiendo a Colombia y Honduras, exportando su revolución, y, de paso, lo de costumbre, tratando de acallar a los medios.  Los gringos se arrecharán, te lo aseguro, Toñito, y mis amigos harán que los EEUU preparen una invasión.  Y de paso, para más peso, te vas con los otros gobernantes de la oposición, Pérez Vivas, Pablo Pérez…

─Tranquilo, Milos ─le tuvo que atajar Ledezma─.  Calma, compañero.  Se supone que el de las ideas soy yo ─poniéndole rostro de recriminación─.  La idea de la huelga es mía, hermano, no tuya ─le dice sin ninguna piedad, algo ansioso por apagar aquella gruesa exultación de amigo, quien ya parecía celebrar la caída del tirano─.  Debemos procurar realismo; ¿qué te ocurre?  No ha caído en diez años y ya tu lo tumbas con una reunión ─le dice con severidad, aunque en el acto se retrotrae cuando mira aquel rostro demudarse hacía una mísera expresión de desencanto─. Así nos engañamos. Sin embargo, debo reconocer que lo de Washington es magnífico…

Milos había bajado el rostro ─recuerda Ledezma─, dejando que unas obesas gotas de sudor le chorreasen desde la frente.  Su bigote rubio temblaba, como si hablara a solas, y se había puesto, como en un gesto incontrolado, a frotar el suelo con sus zapatos de cuero negro.   Su corbata colgaba con una curva sobre su barriga…

Era jueves, un día antes de la ejecución de su nuevo plan.  Había llamado al antiguo diplomático para consultarle sobre la posibilidad de su decisión de huelga ante la OEA y pedirle además asesoría respecto de cómo proceder ante el Secretario General, José Miguel Insulza.  Algo molesto consigo mismo, puso su mano sobre el hombro de su asistente e hizo un esfuerzo de humor para contentarle.

─¡Piano, piano, compañero!  Ni siquiera sé si sobreviré a la huelga de hambre indefinida, mi amigo, como tu la llamas.

Milos continuaba cabizbajo.

─Tus ideas son buenas y las agradezco, Milito… ─silencio─.    ¡Serás mi canciller cuando sea presidente!

Entonces el Coordinador de Asuntos Internacionales levanta el rostro y ambos rompen a reír durante un rato.

En fin ─termina de recordar el Alcalde─, ese día de la huelga era viernes, hacía frío en la mañana baruteña (aquellas montañas y su vegetación hacían su trabajo) y ya había muchos curiosos preguntándose para qué servirían las colchonetas y almohadas que llevaban debajo de los brazos.  No deja pasar que le provocaba arengarlos para decirle “Son implementos de lucha para una nueva Venezuela.  ¡Únanse!”

Ledezma mira el rostro de los gobernadores del Táchira y Zulia, quienes le acompañan en su gira por los EEUU, y quienes rieron bastante con el cuento del embajador Alcalay. Les dice no le resultará fácil olvidar ese día, sobremanera el edificio Arpicenter, sede de la OEA, el cual le pareció fastuoso (como le parece a un adeco toda sede de un poder.  Miraflores es una pesadilla que lo acosa) y una casi dulce herramienta de combate, dado que los medios de comunicación habían vuelto a pararle atención.

Sólo un detalle le molestó durante sus heroicos tres días de lucha, y así se lo refiere a sus correligionarios, apretándose fuertemente la chaqueta, porque en EEUU sí que hace frío del bueno: una defensora de los derechos de los animales le hizo muecas constantemente moviendo un perro de mascota entre sus manos, sin que él pudiera comprender nada.

─Cosas que le pasan a los gobernantes ─les dice a sus compañeros de viaje─, gajes de la grandeza.

Y todos vuelven a entonar sus risas.

viernes, 10 de julio de 2009

Después de rumiar su rabia en una de las playas de Margarita –refugio donde se “enconcha” después de abandonar a sus seguidores en las marchas-, Antonio Ledezma, Alcalde Mayor del Distrito Capital, decide regresar a Caracas.  Su furia no tiene límites, dado que el rollo en Honduras le quitó brillo –micrófonos y pantallas- a las buenas nuevas que traía desde Washington, la tierra del cielo amada.  Está furioso.

Tanto esfuerzo, tanto dinero gastado, tanta gritadera allá en el Consejo de Las Américas pintando al presidente Hugo Chávez como un dictadorzuelo, se fueron a pique por culpa de los estúpidos gorilas de Honduras, quienes con su golpe no se cansan de chupar la atención de los medios de comunicación, dejándolo en tal estado de orfandad política que siente que nadie lo nota.  Ni siquiera él mismo se siente –empieza a decirse, congelado por el coraje-, porque nota cómo una mosca se le posa sobre su brillante cabeza y él ni se inmuta para aplastarla.

¿Qué iría a hacer con todas aquellas novedades de sus peripecias en la patria de Abraham Lincoln?  ¿Con tanta palabra de aliento recibida de tan increíbles gringos, quienes al felicitarlo le reiteraban en éxtasis que semejante zambo era merecedor de una invasión o un golpe militar?  “Tu calma”, le había soltado uno de ellos, “Chávez is poco time”, para luego rematar con la conocida expresión latina alea iacta est.

--¡Es que esos carajos son una maravilla! –se descubre musitando, sin embargo, en medio de una casi imperceptible sonrisa.

Pero… ¿a quién, pues, contaría aquellas maravillas sobre la impopularidad de Chávez en el mundo, si nadie le para?  ¿Qué demonios iría a hacer con aquella abrazadera gringa y con tanta promesa de ayuda en su campaña por hacerse con un perfil presidencial si aquellos idiotas hondureños se le adelantan y le roban el show con el cuento de que dan un golpe de Estado para que el dictadorzuelo no los invada?  ¿Hasta cuando, coño, estarán estirando el teatro de jalarse a los periodistas y cámaras, dejándolo a él, como dijimos, en un estado de miserable orfandad?  ¿Hasta cuándo, caramba, hasta cuándo?  ¿Hasta cuándo…?

El Alcalde Ledezma se lleva las manos a la cabeza (la mosca se espanta), no pudiendo resistir tanto abandono, dejadez o ensueño.  Rato tiene sin convocar una rueda de prensa y así –se dice- no puede transcurrir la vida de un político como él, más si su perspectiva es llegar a ser el primer hombre del país, Presidente de la República.  Apaga de un manotazo el televisor, donde no resiste ver cómo el mundo gira en torno a tan miserable país, Honduras, uno de los más pobres de la Tierra, por cierto, y se pregunta seguidamente qué tanto puede valer ese país en la lucha contra Hugo Chávez...   

-¡Si yo solito me saqué unos ochocientos mil votos –no puede evitar exclamar-, casi lo mismo que él mismo presidente de Honduras!  ¿Qué tan importante, pues, puede ser el tal fulano ese si yo mismo como alcalde tengo el mismo apoyo y puedo ser hasta más legítimo?  ¡Importante soy yo!

Empieza a caminar con parsimonia, como intentando evitar que alguien descubra su fuego interno.  Anda, en fin, furioso, indignado, mirando con cautela hacia los lados, pensando en que hay que hacer algo, romper el pegoste del abandono, explotar, llamar la atención, jalar a esos carajos periodistas para que lo entrevisten y se olviden de esos hijos de puta de Honduras.  Siente el impulso imperioso de abofetearse, de pegarse contra el suelo, pellizcarse…, cualquier cosa que le haga sentir que está vivo, no importando el dolor que pueda padecer si con ello reconquista protagonismo en los titulares de la prensa nacional.

De pronto nota cómo un perrito –muy peludito él- se le escapa a la dueña para dispararse contento a lamerle sus zapatos, a mordisquearle los pantalones.  Antonio se detiene en una pieza, como comprimido; mira automáticamente hacia sus guardaespaldas, quienes caminan distribuidos a cierta distancia en torno suyo.  Uno de ellos ya se dirige para quitarle la molesta criatura de entre las piernas, pero el alcalde se apresura y, sin poderse contener, lo hace él mismo, asestándole una patada voladora.

--¡Patán! –oye que le increpa la señora, mientras mira aterrizar al animalillo sobre la hierba, en una de las tanticas islas de vegetación de la plaza.

Lo que sigue lo deja perplejo y –¿por qué no?- lleno de satisfacción.  Un corro de gente lo rodea, sólo separado de él por la mediación de sus guardaespaldas, insultándolo, lanzándole papelillos, llamándolo animal, pelón, asesino…  Ledezma sonríe a pesar del despelote: después de todo había logrado llamar la atención, sintiéndose protagonista nuevamente.

En el acto instruye a sus guardianes para que le abran paso rápidamente, pues una idea inaplazable de lucha por la libertad se había instalado en su cabeza, a propósito del incidente.  Allí está la clave, caballero –se dice-:  el escándalo, el dolor, infligido a otros o a sí mismo. Sí, señor. Si aplicado a un simple perro había levantado una turba, ¿qué no esperar si lo hace sobre un hombre, y sobre uno no tan vulgar, como él, Antonio Ledezma, el Alcalde Mayor?  Lloverán naciones de atención sobre su humanidad.

--¡Si señor, el padecimiento es escandaloso! –recita, mirando al cielo, felicitándose por la idea y regocijándose con la imaginación de que los periodistas harían colas para abordarlo.  Luego le habla con decisión a su asistente principal-:  ¡Se acabó Honduras, Miguel, vamos ya con los compañeros, con la oposición patriota, a proponer una huelga de hambre contra el régimen, a ver si la OEA y los medios de comunicación no se van a dejar del cuentito ese que tienen con Zelaya y Micheletti!   Volveremos al primer plano.  Comunícate con ellos y llama a una rueda de prensa.  ¡Muévela, es rápido!  Diles que es un asunto de vida o muerte, dado que en la lucha por una Venezuela libre el Alcalde Antonio Ledezma, o sea yo, anda en un riesgo mortal.  ¡Huelga de hambre contra el régimen!  Ya hablaremos de sus motivaciones.  Lo importante es ya. ¡Dale!

Dicho lo cual, se dirigen apresurados hacia sus camionetas blindadas, esas burbujas negras que suelen trancar el tráfico vehicular cuando se presentan con su tan importante cargamento humano.  La chusma insidiosa les tira cosas, que se estrellan contra la carrocería; pero ya en el interior del vehículo Antonio Ledezma, el Alcalde Mayor, despliega una inmensa sonrisa.  “Eureka” –exclama- dando así por concluido un rabioso ciclo de inacción política.

viernes, 3 de julio de 2009

Julio Borges piensa en Don Quijote y Sancho Panza cuando se dirige hacia la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), en España, para dar un gran discurso sobre la libertad.  No lo puede evitar, dado que está en España, y tales personajes, como el Cid Campeador respecto de su historia, constituyen el icono inmortal de su literatura.

--“¡Ay, España –se le antoja de pronto entre ceja y ceja, mientras camina-, una de tus hijas anda en desgracia!”.

No lo puede evitar.  ¿Qué se hace?  Todo es repentino y apasionante cuando se aleja uno de la patria, más si para luchar por ella.

Por un lado le llegan los referentes históricos y culturales de la Madre Patria –hecho por el cual se felicita, señal de profunda cultura- y por el otro lo ensombrecen los hechos de la presente realidad, en especial de su país, Venezuela, donde la libertad y la historia se hallan arrinconadas por ese gigante follón de los nuevos tiempos llamado Hugo Chávez.

Sacude su cabeza como bajo un éxtasis, casi rozante con la nostalgia, y, con grandes esfuerzos, logra enderezar sus oscuras y gruesas cejas, lo más parecidas a una M mayúsculas sin alas.  “No hay lugar a dudas –piensa-:  se hace necesaria la lucha, aquí y allá, dentro y fuera, arriba y abajo, en España y Venezuela, si es posible fuera del planeta.  Hay mil entuertos que desfacer”

Pero sonríe, adulado, ante las ocurrencias de su mente ilustrada, no de otro modo calificable si con tantas expectativas esperan oír sus opiniones allende Venezuela.  Hugo Chávez se le presenta a su mente como un pequeño gigante bochinchero a quien con talento e inteligencia hay que vencer.  ¡Y ahí estaba él, Julio Borges, fundador del partido Primero Justicia, con sus dos amigos, yendo a la Madre Patria a dar la batalla por la causa!

Por supuesto, otros los son tiempos.  No es tan iluso como para perder las perspectivas.  Aquel viejo pintoresco, soñador y atrabiliario, junto a sus amigos Sancho, Rocinante y Rucio –el burro del escudero-, luchaba por la imposible causa de recuperar un mundo perdido, desplazado por la maquinaria de los tiempos que, implacable, sustituía caballería por vulgaridad y damiselas por sinvergüenzas, para mencionar dos elementos.  Tiempos en que todavía había bosques encantados y magos echadores de bromas por todas partes; cuando volver al pasado no tenía esa connotación de lucha por la libertad, como las pueden tener las gestas de ahora, ahora que los tiempos han alcanzados sus topes de historias  Pero era, en todo caso, el libre albedrío de Don Quijote y Sancho Panza, y eso también es libertad.

Mas él, Julio Borges, lucha por la democracia, y ahora que los tiempos han alcanzado un tope de evolución –él hasta hizo programas de televisión en su país y acababa de llegar en un avión a España -, volver al pasado para buscar libertad luce tan válido como ir al futuro a encontrarla.  Irrebatible realidad o impecable composición de su alto pensamiento:  salir de Hugo Chávez, borrar el presente, restablecer la llamada IV República con toda la flor de su pasado, tiene tanta connotación de libertad como soñar con el futuro.  Y ahí está la lucha, viva y campante:  combatir gigantes follones, molinos de vientos, deshacer entuertos, equivale a luchar contra Hugo Chávez, lo cual daría como resultado a una Madre Patria unida en alma y causa con su hija Venezuela.  No puede evitar sonreír, lleno de orgullo.

Para eso lo invitan y para eso llega él, para decir sus verdades.  Vuelve a estremecer la cabeza junto con sus cejas, como para deshacerse de tanta pensadera sobre pasado y presente, echándole un somero vistazo a sus compañeros de caminos, a quienes les sonríe fraternalmente, dándoles a entender que se apuren porque podrían llegar tarde a la reunión del FAES y  perder un buen chance de lucha por la patria, la libertad y la democracia.

--“¡Vaya! –de inmediato cae nuevamente en sus pensamientos-: le robé la frase a los EEUU”.

Se dice que no tiene nada que temer, que ni siquiera tendría que estar nervioso, hombre contemporáneo como él, tecnificado y culto.  Le espera ese importantísimo auditorio, llamado en su eventualidad “La Libertad en tiempos de crisis” –por cierto-, y para ello había pasado él largas horas  puliendo sus magistrales frases, para el registro de la historia.  No pueden fallar, porque comportan el arte de la identificación con el auditorio y la obligante necesidad de defender intereses comunes.  Básicamente son:

  1. “Venezuela necesita importar democracia”
  2. “Hay un Hugo Chávez a la vuelta de la esquina de cada país”
  3. “Lo que ha ocurrido [en Venezuela] puede pasar incluso en España”
  4. El chavismo es “una enfermedad contagiosa”
  5. “Chávez hoy es una minoría en Venezuela”

Luego el pobre Chávez es un homúnculo infecto-contagioso que tendría que salir corriendo ante las huestes indignadas de aquel auditorio, ansioso por su parte de aplastar a tan execrable dictadorzuelo y de exportarle al mismo tiempo a Venezuela la tan pedida democracia.

Julio no lo puede evitar, sumido ya en una suerte de paroxismo de la petulancia, y en el momento se le antojan ridículos los argumentos de sus gafos compañeros (uno compararía a la URSS con Venezuela y el otro diría que el socialismo es horrible).  No puede evitar la risa, casi a carcajadas, pero…

--¡Soy un genio! –exclama en voz alta para disimularla, asombrando a sus apurados compañeros, cuyos ruidillos de saco y corbata, de zapatos de cuero, lo traen nuevamente a la realidad.

Marcel Granier lo había pellizcado, como diciéndole desde su enarcado bigote que conservara la compostura, porque ya se acercaban a la sede. El otro, gordito él, Yon Goicoechea, le lanza una mirada incómoda, algo resoplante desde el fondo de su camisa blanca.

Julio entonces se endereza, saca el pecho, estira su semicalva al cielo, le vuelve a poner alas a sus cejas, excusándose finalmente.  Y camina… Pero en su interior ríe, profundamente, a carcajadas –se dirá-, mirando con el rabillo del ojo a sus compañeros.  Tres y cuatro veces se venga a placer de ellos, imaginándose que uno es el tonto y gordinflón escudero y el otro el feo caballo Rocinante, sino Rucio, el burro de Sancho Panza. No lo puede evitar y se ríe de nuevo.

martes, 30 de junio de 2009

La cólera de Antonio Ledezma

Una figura humana recorre la orilla de la playa, no sabiéndose si es una de Margarita o de la Guaira, aunque lo más probable es que se trate de una de las del primer sitio, dado que se le ha convertido en un destinatario rutinario donde cobijarse cuando las marchas callejeras toman un cariz complicado y se ve en la necesidad de abandonar a su suerte a sus seguidores.

El sol anda ya marchito, pegando rasante contra la superficie del agua, como cuando uno lanza una piedra que rebota y rebota. Está llegando la noche y el horizonte deja sentir con más fuerza sus ruidos.

La figura camina taciturnamente, deteniéndose a destajo para agacharse y tomar puñados de arena para luego lanzarlos al viento; o una piedra, lisa y plana, para lanzarla rasante sobre las aguas.  Camina, se detiene, se agacha, repitiendo cíclicamente la conducta hasta que se le acaba la orilla, allá donde están las piedras,  volviendo  sobre sus pasos.

Su frente calva brilla inconfundiblemente al reflejo de una luz que ya va haciéndose de estrellas.  Se trata de Antonio Ledezma, un político opositor venezolano, Alcalde Mayor de Caracas, hasta hace pocas horas de viaje por los EEUU, país de sus idolatrías neoliberales, donde fue a denunciar al presidente de su país, Hugo Chávez, como “forajido”, comunista y arrebatador de democracias, amén de ser complaciente con grupos terroristas, como las FARC.

Se había plantado en la sede del grupo de estudios neoyorquino Consejo de las Américas, frente a una numerosa asistencia de importantísimos empresarios.  Y lo había dicho con toda claridad, con la mayor valentía, como bien le cala a un hombre de su condición, futuro presidente de Venezuela:  Chávez es un tirano, un terrorista, un violador de los derechos humanos, un forajido, un amigo de guerrilleros, un injerencista en los asuntos de otros estados, un…  En fin:  lo había dicho.

Y aquella gente le aplaudía entusiastamente, haciéndole recorrer un gustito soberbio por las espaldas, sensación que le hacía acrecentar sus propósitos de ser alguien grande para Venezuela, la patria de Bolívar y de Washington también, dado que sus ideas de integración contemplan a las Américas fundidas en una sola.

--¡Bandido que es Hugo Chávez! –musita dientes adentro.

Pero todo se había arruinado con el golpe de los gorilas en Honduras, hecho que lo dejaba sin pantallas ni micrófonos para relatar sus audacias, debido a que todo el mundo –hasta el gato- andaba pendiente de si restituían a su defenestrado presidente.   ¡Maldición de las maldiciones!  Y pensar que había puesto bastantes esperanzas en los pormenores de su visita para publicitarse a fondo en Venezuela como el futuro contendiente presidencial del tirano, ahora exportado extrafronteras.  Mas siempre surge un inconveniente que sabotea el dulce acontecer de la vida.   ¡Ah, los EEUU, su gente, su modelo, la energía que insufla en el alma a cualquier proyecto de implantación política!   ¡Ah, ah, con los gringos!

De pronto el cerco de sus guardaespaldas, situado a unos 50 metros, se estremece, corriendo uno de ellos hasta el político, preguntándole con atoro “¿Qué sucede, jefe?  ¿Qué sucede?”

Ledezma se había echado a correr intempestivamente hasta donde estaba un túmulo de piedras, agarrando una más grande de la cuenta, levantándola con ambas manos para lanzarla luego con furia contra una ola que se acercaba.

--¿Por qué el sabotaje? –gritaba-.  ¿Por qué?, ¿por qué?, si yo soy un demócrata y lo único que quiero es luchar por mi país.

Cuando el guarda lo deja, arrodillado sobre la arena, ya había anochecido.